18 Enero, 2024

De una limitación a una oportunidad para reinventarse

Una persona frente al ordenador

Un mal gesto, una acción repetitiva, una enfermedad sobrevenida o un breve descuido que se convierte en accidente en el puesto de trabajo. Cualesquiera de estas situaciones provocan que muchas personas se vean obligadas en un momento dado a dar un giro a su situación laboral. En la mayoría de los casos, la prestación económica que reciben tras obtener el reconocimiento de la incapacidad permanente total para el que ha sido su desempeño habitual conlleva una obligada y no deseada reorientación profesional.

Ana Crespo, Alfredo Novellón, Joanna Carmona o Ángel Martínez son solo algunos ejemplos de hombres y mujeres que se han enfrentado a un proceso largo, cuya superación puede prolongarse meses en lo burocrático y años en lo psicológico. La nota positiva es que, sin quererlo, son referentes que deben servir a otras personas en escenarios semejantes para ver que salir adelante es posible. Además, con el añadido de que, por unas razones u otras, los cuatro reconocen ser felices en los puestos
que ahora ocupan.

«El Teléfono del Mayor es quizá el trabajo más difícil, pero también el más bonito y reconfortante»

La voz de Ana Crespo es desde hace un tiempo una de las que escuchan los usuarios y usuarias del Teléfono del Mayor, servicio impulsado por el IASS y gestionado por Fundación Dfa. «Es quizá el trabajo más difícil, pero también el más bonito y reconfortante».

Un accidente laboral, después de tres décadas desempeñando diversas funciones en supermercados, trastocó su vida. La incapacidad permanente total «supuso un cambio radical; no podía realizar trabajos de cara al público y se me cerraron muchas puertas», comenta. Ana no quiso mirar atrás y dio un paso adelante. Restauración de muebles antiguos, ofimática, Autocad... «Necesitaba hacer cursos en los que empleara las manos», añade.

Las puertas de Fundación Dfa se abrieron para ella a través de diferentes acciones formativas conducentes a certificados de profesionalidad. La última que cursó, a finales del pasado año, le sirvió para encontrar un empleo. Primero, en el servicio de teleasistencia; después, atendiendo las llamadas del Teléfono del Mayor, un puesto donde es feliz «ayudando a los demás». Atrás queda un largo proceso de aprendizaje en el que tuvo que rearmarse en lo mental y en lo físico para abrirse un camino nuevo.

Hombre en el taller

«Estoy encantado con mi trabajo; valoro estar en una empresa donde todo es más familiar»

A Ángel Martínez no le importa recorrer cada día los 17 kilómetros que separan su Murchante natal de Tarazona, donde trabaja en el taller de montaje y manipulados de Fundación Dfa. Después de tres décadas dedicado al sector de la construcción en una pequeña empresa familiar de su localidad, unos problemas de espalda y de artritis derivaron en una incapacidad permanente total para desempeñar su profesión. Lo que podía ser un problema se convirtió en una oportunidad. «Soy una persona inquieta; me gusta moverme y trabajar», reconoce.

Con esa mentalidad, firmó un nuevo contrato para ocupar su actual puesto poco antes de que la covid-19 cambiara el mundo. «Trabajé 20 días porque la faena bajó con el coronavirus », recuerda Ángel. Tras una experiencia como conserje en el Ayuntamiento de Murchante y dos años de carretillero en una gran empresa, agradece que las puertas de Dfa se le abrieran de nuevo. «Estoy encantado; valoro mucho estar en una empresa donde todo es más familiar», concluye.

Hombre en autobús

«La incapacidad me obligó a empezar de cero, pero ahora tengo un trabajo mucho más amable»

Alfredo Novellón era un «comodín profesional» en la industria de inyección de materiales plásticos. Tenía trabajo estable, un salario adecuado y pocas preocupaciones en el ámbito laboral, pero el puesto requería una repetición de gestos que incidieron de manera negativa en su espalda. Entre dolores, reconocimientos y papeleo, el proceso de valoración de incapacidad permanente total se prolongó durante 20 meses. Al final, la reorientación llegó por obligación. «Fue un palo porque, con la vida encaminada, la incapacidad me obligó a empezar casi de cero», recuerda.

De aquel momento han pasado casi 20 años. «No quedaba otra que adaptarme a lo que la salud me permitía hacer, utilizando otras herramientas», comenta Alfredo.

Así pasó un tiempo como auxiliar administrativo, control de accesos y coordinador de equipos de servicios de seguridad. Desde el pasado mes de abril, trabaja en el área de Transportes de Fundación Dfa. Mientras se prepara para obtener el permiso de conducción de autobuses, asegura que «ahora tengo un trabajo mucho más amable que me permite ayudar a personas mayores y a personas con discapacidad».

Operaria de parkings

«He conseguido un puesto que se adapta a mis capacidades y en el que me siento útil»

Joanna Carmona lleva poco tiempo en su nuevo puesto como operaria en el aparcamiento subterráneo municipal La Glorieta de Teruel, pero afirma sentirse «encantada». Una lesión de rodilla, sufrida con 14 años, derivó en una sucesión de operaciones quirúrgicas y una degeneración inevitable de la articulación. Tras un largo proceso, con 26 años le fue reconocida la incapacidad permanente total para determinadas ocupaciones. Tras formarse en cursos de certificados de profesionalidad enfocados al ámbito administrativo y pasar por diferentes trabajos, Joanna explica que necesitaba un trabajo en el que «no fuera necesario coger pesos ni estar todo el rato de pie, pero tampoco todo el rato sentada», condiciones que ha acabado encontrando.

Según cuenta, «he conseguido sentirme útil y no depender de otras personas en un puesto que se adapta a mis capacidades y que puedo llevar bien».